JAFO, puente hacia el arte
“¿Qué sería de nosotros, di si no existieran los puentes?” Pedro Salinas
José Antonio Fernández Ordóñez, ingeniero de caminos, veía y concebía su obra como algo eterno, sobreviviendo al paso de los siglos, no pensaba en nada efímero. Así aún restan presentes sus sueños, pasiones, puentes y palabras.
Nació en Madrid el 18 de Noviembre de 1933. Su educación estuvo marcada por el año que pasó curándose de una grave enfermedad. Es cuando sus hermanos, su padre y el párroco del pueblo le traían libros para que leyera, reflexionara y adquiriera criterios propios.
Le costó cuatro años ingresar en la Escuela de Caminos de Madrid, pero no fue hasta los últimos cursos, donde algunos profesores le hicieron amar la profesión. En las clases de los profesores José Entrecanales y Eduardo Torroja adquirió “la vocación, no por la transmisión de conocimientos sino por la visión de la vida profesional que aprendía con ellos: el amor a lo bien hecho, la tentación del riesgo y su contrapeso en la seguridad de las obras, la honradez en la utilización del dinero ajeno, la manera ética y digna, en resumen, de entender la profesión” [1].
Obtiene el título de Ingeniero de Caminos 1959 y siete años más tarde el grado de doctor ingeniero.
José Antonio Fernández Ordóñez supo conjugar el mundo de la teoría con el de la práctica a lo largo de toda su carrera profesional. Su verdadera vocación y su mayor contribución al mundo de la ingeniería fue su gran cultura y sensibilidad, lo cual le llevó a realizar tareas muy dispares.
En la Escuela Superior de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos, siguiendo la tarea profesional de los profesores Lucio del Valle, Tomás García-Diego y Santiago Castro Cardús, José Antonio Fernández Ordóñez impartió una enseñanza con un carácter humanista muy marcada. Primero empezó como adjunto de Santiago Castro y en 1981 creó la Cátedra de Arte y Estética de la Ingeniería en la Escuela de Madrid. Como profesor defendía desde el primer año de aprendizaje una enseñanza que acercara al estudiante al proyecto constructivo y al conocimiento del medio natural que lo integra. También le daba mucha importancia a la formación de la sensibilidad mediante un conocimiento del arte y el amor por las formas, todo partiendo del pasado, es decir, de los grandes ingenieros de la historia.
En 1974 fue nombrado presidente del Colegio de Caminos Canales y Puertos. Su nombramiento estuvo rodeado de una enorme tensión política y casi fue más celebrado por el mundo de la cultura que por el del cuerpo de ingenieros. Fue elegido como representante de un grupo de jóvenes profesionales con ganas de romper con las políticas continuistas que venían imperando. Revitalizó el funcionamiento del Colegio abriéndolo a la sociedad y a la participación democrática. Impulsó la redacción de revistas, exposiciones, conferencias, libros y todo tipo de elementos que ayudaron a difundir la ingeniería de caminos desde un punto de vista cultural. Renovó los valores de los profesionales de la ingeniería. Participó en la transición política de modo muy activo, así como en pronunciamientos ecológicos como el Informe sobre el Parque de Doñana o el Manifiesto del Agua. Su mandato terminó en 1979 pero asesoró al Colegio y a su Presidente en los años siguientes. En definitiva, creó un estilo nuevo que estimuló y aireó la institución.
Su incursión en el mundo de las artes y la cultura no sólo se quedó en un plano técnico, en 1988 fue nombrado Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ayudó a crear la Fundación Juanelo Turriano dedicada a la investigación científica y en 1994 fue nombrado Presidente del Real Patronato del Museo del Prado.
Con su enorme energía y vitalidad a la hora de defender sus ideas también supo llevar a la ingeniería todo el mundo poético y artístico que había vivido o estudiado. Desde 1964, y junto con Julio Martínez Calzón, se fueron especializando en la proyección de puentes, haciendo rehabilitaciones y nuevas intervenciones muy significativas.
JAFO, su obra
“El ingeniero del futuro quizá no olvide algo que despreció el siglo pasado: el diseño creativo de la estructura, su perfección formal y estética, su adaptación al paisaje” Hans Strauβ
Al terminar los estudios de Ingeniería de Caminos José Antonio Fernández Ordóñez empezó su carrera profesional como ingeniero trabajando en la empresa de su padre, prefabricados Pacadar.
Pocos años más tarde y junto con Julio Martínez Calzón empezaron su trayectoria como proyectistas de puentes. Su primer trabajo fue presentar un proyecto para el concurso del viaducto de Plaza de Cuatro Caminos de Madrid, recibiendo un escrito laudatorio del Jurado Calificador que los ilusionó y ayudó en perspectivas futuras.
Su primera realización fue en 1968, con 35 años de edad, cuando ganaron el concurso para la construcción de un viaducto en La Castellana en Madrid. Este viaducto fue el paradigma de las nuevas construcciones civiles por aquél entonces. El puente estaba estudiado con detalle y profundidad, con una concepción estética global del mismo así como de todos los elementos constituyentes. Tal fue esa aportación que los innovadores elementos técnicos que aportaba la obra fueron relegados a un segundo plano. La ubicación del primer Museo de Esculturas al Aire Libre en su zona inferior todavía puso más énfasis a este carácter artístico tan marcado en sus proyectos. Grandes escultores españoles se comprometieron a donar sus obras a cambio exclusivamente del pago de los materiales y de su ejecución.
Otro de sus puentes es el “Nou Pont del Diable” en Martorell, construido en 1970. Tiene una longitud de 200 metros y cruza el río Llobregat a pocos metros del antiguo puente del Diablo. Para José Antonio Fernández Ordóñez es “posiblemente el que yo más amo” [1]. El paraje era muy complejo, con una singular geología y topografía, además de una enorme carga histórica. Como tipología estructural prosiguió la tendencia de estructura mixta de acero corten y hormigón blanco del puente de la Castellana pero dando mucha más importancia visual a las pilas. Éstas dos, idénticas, tienen dos óvalos, uno transversal y el otro longitudinal, y recuerdan tanto las esculturas de Jean Arp y Henry Moore como una visión moderna del arco del antiguo puente del Diablo. Aunque la obra sea un puente muy singular hay que destacar la conciencia urbanística del equipo proyectista, reafirmada años después en la solución del nuevo cruce de la autopista sobre el río Llobregat. El nuevo viaducto de la autopista despreciaba todos los elementos de su alrededor, el río, el antiguo puente y el de Fernández Ordóñez. Para solventar este impacto visual, el ingeniero propuso la construcción de un muro de encauzamiento de hormigón blanco que enlazara los dos puentes, con una losa en voladizo del tablero y una barandilla que diera la vuelta y se prolongara por encima del muro, incidiendo así en la conciencia urbanística del lugar y en la integración de las tres infraestructuras con el río.
En 1978, realizaron el puente del Milenario en Tortosa. En él continúa una vez más con la utilización de hormigón blanco para las dos pilas del puente y el acero cortén para el tablero del mismo. La proporción de las grandes pilas frente a la luz de 180 metros entre ambas y de 90 metros hasta los estribos le da una monumentalidad propia de los grandes puentes.
El puente Frenando Reig sobre el río Barxell en Alcoy, Alicante, de 1985 continúa en la línea estética de acentuar el carácter emblemático del puente, esta vez, mediante el atirantamiento de los 240 metrosde longitud con pila central y dos familias de 19 cables. A pesar de la introducción de esta tecnología el sistema constructivo fue rápido y sencillo. En su proyección también intervinieron Francisco Millanes Mato, Manuel Burón Maestro, Ángel Ortiz Bonet y Javier Marco Ventura.
También proyectó puentes para uso ferroviario, siendo el más conocido el puente del Ferrocarril sobre el río Guadalquivir en Sevilla de 1991. El puente es un homenaje a la columnata y al dintel, con influencias del arte griego muy eloquentes y con una idea muy escultórica del puente. Dicho puente rompe con la esbeltez que los ingenieros desde siempre han utilizado para garantizar la belleza en sus puentes. Además, la poca cota del dintel del puente, su horizontalidad al transcurrir el ferrocarril y su gran longitud le dan una belleza especial e inusual.
Otro concurso que ganaron en 1994 fue el puente sobre el río Urumea cerca del último meandro del río en San Sebastián. El puente tiene una longitud de 80 metros y está solucionado de modo muy radical, presentando una estructura oculta muy simple que une las dos orillas con una barandilla de color dorado. El tablero tiene una cierta curvatura convexa que relanza su belleza en un lugar tan emblemático de la ciudad de San Sebastián. La misma barandilla contiene la iluminación del puente, eliminando así cualquier tipo de iluminación vertical que pudiera romper la estética. Las aceras anchas también contribuyen a dar grandeza al propio puente aunque desde un punto de vista sobrio, sin ninguna ornamentación explícita.
Unos de sus últimos proyectos en vida, fue la pasarela peatonal de Abandoibarra en Bilbao y el Puente Infante Don Henreique sobre el río Duero en Oporto. Al morir José Antonio, su hijo Lorenzo Fernández Ordóñez, arquitecto de profesión, retomó la dirección de las obras. El puente peatonal Pedro Arrupe que une la Universidad de Deusto con Abandoibarra se construyó como respuesta a una demanda de la ciudad de Bilbao. Se trata de un diseño espectacular y una obra muy singular, ya que consta de 6 entradas en lugar de las dos habituales. La estructura es una lámina plegada formada por una chapa de acero inoxidable. Su belleza se basa en la racionalidad de la estructura, con formas geométricas muy simples además de las propiedades visuales que proporcionan los materiales que constituyen la pasarela. El acero inoxidable tipo dúplex y la madera de lapacho se pueden comparar a los materiales del casco y de la cubierta de un barco, quedando la pasarela constituida por dos pieles, una fría y reflectante por fuera y otra acogedora por dentro. En palabras de José Antonio Fernández Ordóñez “hay un juego entre las dos pieles, entre la piel que refleja y la piel que acoge al hombre”[1].
Por último, el puente de Oporto en el cual colaboraron Antonio Adao Da Fonseca, Francisco Millanes Mato, Alberto Díaz y Alexandre Burmester fue una de sus obras más ambiciosas e interesantes, no sólo desde el punto de vista constructivo, sino también desde un enfoque estético. El puente consiste en un arco abatido tipo Maillart, muy esbelto y con un tablero de gran rigidez. El carácter geométrico formado por grandes planos le da un aspecto sobrio, contundente y elegante. Esta marcada forma estructural trataba de no competir con los otros puentes de la ciudad de Oporto, y es por eso que la solución tomada fue discreta, constituida por elementos rectos muy marcados aunque de mucha potencia. Esta limpieza hace que el puente se muestre del modo más puro posible, sin ningún añadido ni decoración. Su teórica humildad funcional se extiende también al tablero debido a la ausencia de elementos elevados en él. El proyecto fue uno de los últimos del equipo de José Antonio y no por eso dejaron de incorporar innovaciones.
Junto con Julio Martínez Calzón intervino también en otros proyectos como los puentes gemelos sobre la Nacional II en San Fernando de Henares, formados por un arco de enorme tensión y ligereza; el paso de acceso al recinto de IFEMA, en Madrid, con sus pilas clásicas de marco hueco; el puente de Fontejau sobre el Ter en Girona, integrando los elementos históricos y estéticos de todas las obras públicas del pasado en Girona; y un largo etcétera de pasos elevados.
Su visión urbanística se entrevé, aunque no de un modo explícito, en todos sus puentes. El proyecto de la avenida de la Ilustración de 1982 encargado por el alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván sirvió para solucionar los conflictos sociales que provocaba el nuevo trazado. Fue singular su proyecto ya que pocos ingenieros confiaban en su valía urbanística. Los vecinos querían la zona para su disfrute personal y no como una vía de tráfico intenso, y José Antonio trazó el típico bulevar Madrileño aportándole, de nuevo, elementos artísticos. No obstante, en la actualidad toda esta filosofía artística y integradora medioambientalmente no se está respetando y la avenida se está convirtiendo en una vía rápida de paso para los vehículos.
Aunque no se especializó en la redacción de proyectos de urbanizaciones o de paisajismo, el dominio que tenía tanto a escala urbana como a escala del medio natural era muy significativo. Sólo hace falta remarcar la cantidad de esbozos y propuestas que hacía de las pilas de sus puentes para ver la magnitud de esta búsqueda de la escala correcta según el entorno de cada proyecto.
Siendo su obra poco extensa su contribución en la Ingeniería de Puentes fue relevante. La utilización de nuevos elementos técnicos, hasta entonces poco utilizados en la Ingeniería española, como son la estructura mixta y los elementos prefabricados les permitió hallar nuevas propuestas estéticas a tipologías estructurales clásicas.
En un sentido puramente estético, José Antonio Fernández Ordóñez y Julio Martínez Calzón trataban de enfocar todos sus proyectos concibiendo la estética como parte integrante del puente y no como un añadido final, de modo que se evitase cualquier exceso formal y alcanzar así la esencia de la estructura. Tal como decía Fernández Ordóñez en boca de Brancusi: “La simplicidad no es una meta, pero uno llega a ella a pesar de sí mismo, tal como uno se acerca al significado real de las cosas” [2].
JAFO, el ingeniero humanista
“Es muy fácil pensar; obrar es muy difícil. Y obrar de acuerdo con el pensamiento es lo más difícil del mundo” Johann Wolfgang von Goethe
La aportación de José Antonio Fernández Ordóñez a la Ingeniería Civil no sólo se limita a su aspecto profesional que, tal y como se ha visto en las dos primeras partes de esta serie de artículos sobre su figura, abarcó muchos y variados frentes. José Antonio Fernández Ordóñez también nos ha dejado por escrito gran cantidad de reflexiones sobre la profesión.
El siglo XX no ha producido mucha reflexión teórica por parte de los ingenieros de caminos, él es una de las excepciones.
Su pensamiento se podría asemejar al puente de doble sentido que une el arte con la técnica. Era un pensamiento libre, crítico y giraba sobretodo en torno a la Naturaleza y la Cultura, incidiendo de forma muy moderna en la relación entre funcionalidad y belleza, hasta tal punto que su discurso de entrada a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se tituló “El Pensamiento Estético de los Ingenieros. Funcionalidad y Belleza” [2].
El discurso separa conceptualmente la histórica dicotomía entre forma y función para dar más contenido a su entendimiento como conjunto, ya que según lo entendía él, tanto en sus reflexiones como en sus obras, los dos conceptos forman un todo, la obra construida.
Valoraba tanto esta idea de unidad entre forma y materia que estudió de modo muy exhaustivo el legado de la ingeniería civil. Escribió gran cantidad de libros, catálogos y artículos, la mayoría de los cuales estaban relacionados con grandes obras del pasado o con ilustres ingenieros como Cerdà, Torroja, Telford, Freyssinet, José Eugenio Ribera, etc. De ellos no quería recordar sus obras y su nombre sólo de forma contemplativa, al contrario, quería a partir de su asimilación poder lanzar otras propuestas. “Los ingenieros de hoy no deben olvidar el valor y el ejemplo de los grandes ingenieros del pasado”[2]. Esta mentalidad ya provenía de su padre, que junto con otros ingenieros españoles heredó el espíritu de Agustín de Betancourt.
Su exhaustivo conocimiento de las obras de ingeniería civil a lo largo de la historia y su gran cultura histórico-filosófica le permitía citar en sus textos a muchos autores, sobretodo a grandes Ingenieros del pasado y a los escritores de la Ilustración. Escribió en revistas como “El Ciervo”, “Hogar y Arquitectura”, “Hormigón y Acero”, entre otras, dejando huella de su enorme capacidad y talento, compaginando artículos técnicos y de crítica estética. La antología de sus textos es recopilada en el libro del «Pensar la Ingeniería» [3].
Fernández Ordóñez tenía una enorme sensibilidad, un buen gusto y sobretodo una gran pasión por su trabajo. En palabras de Mercedes López García, historiadora del arte que empezó a trabajar conjuntamente con él en la Escuela de Caminos de Madrid en 1983, «José [Antonio Fernández Ordóñez] tenía ilusión y amor a su profesión, era un apasionado de todo lo que hacía. No se daba nunca por satisfecho, estaba muy atento a todo y era capaz de asimilar gran cantidad de información para después quedarse con lo que necesitaba. Era un hombre muy culto, sabía tratar con la gente, sabía valorar las cosas, entenderlas y entender a todo el mundo. Su gran cultura le acercaba a la gente» [Mercedes López, 2005].
Toda su investigación teórica iba dirigido a la búsqueda incesante de la perfección estética y constructiva. No permitía el gris en su escala creadora. La categoría de belleza clásica imperó en la concepción de todas sus obras. Simplicidad, pureza de líneas, adecuación al entorno y visión urbanística fueron factores de importancia para José Antonio Fernández Ordóñez en cuanto quería transmitir toda su poética reflexiva en sus proyectos.
José Antonio Fernández Ordóñez no entendía como en la ingeniería se podía despreciar la forma frente a la función utilitaria y estructural. Para él, no sólo era un error estético sino también ético, es decir, de falta de entendimiento sobre lo que se está construyendo. Veía la ingeniería como un conocimiento técnico necesario para adentrarse en el mundo poético, defendiendo la forma de trabajar del maestro de obras de románico y del gótico.
No quería subordinar la belleza a la estructura, es decir, a aspectos técnicos. Sacaba todo el lenguaje técnico de los dominios de la lógica para profundizar en el terreno de la inspiración poética. Con ello no menospreciaba ningún elemento propio de cualquier construcción civil, sólo veía en ellos las palabras capaces para dar lenguaje, entendimiento e integración a cualquier proyecto constructivo.
La definición final de la forma de sus puentes provocaba largas discusiones con su compañero de trabajo Julio Martínez Calzón. No tenían un método particular para encauzar sus proyectos, en la mayoría de las ocasiones, se dejaban ir olvidando su pasado para adentrarse mejor en nuevas propuestas. Tampoco es que se despreocupaban por los pequeños detalles, al contrario, todos los componentes de sus obras estaban cuidados minuciosamente pero siempre desde un punto de vista integrador, de idea global. Julio Martínez Calzón decía en su homenaje: “Creo que en los puentes proyectados y construidos junto con José [Antonio Fernández Ordóñez] existe una creatividad formal y estructural muy singular y personalizada, que diferencia esta obra del resto de los puentes de otros autores”[4].
Referencias
[1] FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ, José Antonio (1993). Profesiones. Conocer y Ejercer. La Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos. Hablando con José Antonio Fernández Ordóñez. Acento Editorial.
[2] FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ, José Antonio (1990). “El Pensamiento Estético de los Ingenieros. Funcionalidad y Belleza.” Discurso del Académico electo Excmo. Sr. D. José Antonio Fernández Ordóñez. Leído en el acto de su Recepción Pública el día 25 de marzo de 1990 y contestación del Excmo. Sr. Duque de Alba. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
[3] FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ, JOSÉ ANTONIO (1933-2000). “Pensar la ingeniería: antología de textos de José Antonio Fernández Ordóñez”. Edición de José Ramón Navarro Vera. Colección: Ciencias, humanidades e ingeniería, 90. Editorial Fundación Juanelo Turriano.
[4] A.A.V.V. (2002) JAFO. Homenaje a José Antonio Fernández Ordóñez. Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Colección Ciencias, Humanidades e Ingeniería. Nº 66.
Notas editoriales
Este artículo es la reedición de una una serie de tres artículos sobre el legado de José Antonio Fernández Ordóñez, que se publicó en el blog Construcloud en el año 2012. Construcloud ha dejado de funcionar y ha sido cedido parte de su contenido a dobooku para que sea reeditado y publicado.
La mayor parte de la información del artículo forma parte de la tesina de especialidad “Relación entre la obra de José Antonio Fernández Ordóñez y Eduardo Chillida Juantegui”, escrita por Guillem Collell Mundet y dirigida por Salvador Tarragó Cid en 2005.
Felicidades Guillem por el precioso artículo, hecho con gran detalle y sensibilidad.