La respuesta más simple que he encontrado a la pregunta es porque nos gusta hacer las cosas bien hechas. Nos impulsa saber que las obras bien planificadas, proyectadas y ejecutadas durarán décadas, sobrevivirán a nosotros y algunas incluso las utilizarán millones de personas [1]. Este objetivo es una obviedad, para conseguir este resultado es fundamental la fase de diseño, entendiéndola como todo lo que se engloba desde los estudios preliminares hasta la definición de detalle.
No se debe quitar importancia a las fases de construcción y servicio, pero lo que ha sido mal proyectado difícilmente se podrá corregir en las fases posteriores. Todo lo que se invierte al inicio tiene más retorno a la larga, por un lado, un proyecto mejor definido y completo tendrá menos imprevistos y sobrecostes durante la obra; y por otro, una obra pública bien diseñada tendrá menos mantenimiento en la explotación y dará mejor servicio. En resumen, se podría decir que pensar es mucho más barato que construir.
La ingeniería civil y el diseño son conceptos que no suelen asociarse en el mismo ámbito, tal vez sólo cuando se habla de la construcción de puentes se acepta la necesidad del diseñador/a y se entiende que técnica y belleza se mezclan. Pero el hecho es que todas las obras públicas requieren diseño, incluso las que están ocultas a la vista.
En la ingeniería civil proyectar tiene mucho que ver con diseñar, de hecho, en inglés la traducción de proyectar es design, se utiliza la misma palabra tanto para el proyecto de una carretera como por el diseño de una lámpara de pie de lujo. Tenemos que coger autoconciencia de diseñadores a gran escala. En el diseño la belleza y la calidad van ligadas. También debemos entender que un buen diseño no implica formas singulares u obras «calatravescas». Muchas veces la mejor solución suele ser la más simple.
El buen diseñador tiene oficio, tiene experiencia, tiene vocación. El diseñador puede ser un gran especialista pero no tiene que olvidar la globalidad del problema, bebe de los compañeros y de otras profesiones, se mueve bien en equipos pluridisciplinares y es capaz de motivarlos. Impregnar la obra pública de la cultura del diseño es dar valor añadido a las infraestructuras.
Pero que hacemos como sociedad para promover los buenos proyectos. La lógica dice que las obras públicas son de interés general, por lo tanto, deberíamos tener un sistema que seleccionara los mejores diseñadores y constructores para planificar y construir nuestras infraestructuras.
Pero la realidad es otra, en general desde la administración no se está promoviendo la mejora de las infraestructuras. El sistema de concursos públicos tiene grandes limitaciones, no permite seleccionar el mejor consultor para proyectar una obra, en la mayoría de adjudicaciones el factor decisivo es la oferta más económica.
Es cierto que los concursos puntúan los criterios técnicos, pero lo hacen teniendo en cuenta un montón de variables que acaban diluyendo las diferencias importantes entre propuestas. En cambio, cuando se valora la oferta económica por una diferencia de escasos miles de euros supone la diferencia que acaba decantando el concurso.
¿Tiene sentido adjudicar una obra de millones de euros a una propuesta técnicamente peor para ahorrar unos miles de euros? Obviamente, la respuesta es no. Este ínfimo ahorro posiblemente desembocará en un peor proyecto que supondrá un encarecimiento durante la obra o requerirá más mantenimiento y nuevas inversiones en un futuro.
El boom que ha habido de obras en los años de bonanza nos ha hecho creer que la calidad bien dada, que la obra civil es una commodity [2], es decir, que independientemente de a quien contratemos el resultado final será el mismo por tanto, el más barato será siempre la mejor opción.
En este contexto, ¿qué incentivos tenemos para diseñar buenos proyectos? El hecho es que si hoy una oficina técnica gana un concurso para hacer un nuevo puente, la única motivación que ofrece la administración es hacer el proyecto de la manera más rápida posible y dedicando los menor número de recursos, entregar el mínimo requerido por el expediente. Ya que una vez finalizado el proyecto el promotor no tiene ninguna herramienta, objetiva o no, para valorar si el resultado final ha sido satisfactorio ni tampoco podrá modificar la burocracia que ha hecho que contratase este proyecto.
Debemos promover un sistema que dé el valor que se merece el proyecto y el diseño de infraestructuras, que tenga en cuenta el oficio, vocación, curiosidad y experiencia de los profesionales, de esta manera podremos llegar a tener mejor obra pública.
Referencias
[1] En zonas densas, las infraestructuras tienen un uso brutal que pocas veces nos paramos a pensar. En la película Margin Call (2011) hacían las siguientes cuentas: Un puente con un tráfico diario de 12.100 coches que en su trayecto ahorra una vuelta de 57 km, al cabo de 22 años de uso supondrá un ahorro conjunto para la comunidad de 15.570 años en transporte.
[2] El concepto commodity proviene de la economía, sirve para designar aquellos bienes básicos como las materias primas de la agricultura y minería, pero también lo son la energía, productos como compuestos químicos o servicios tecnológicos como memoria de almacenamiento. El precio de estos productos proviene del mercado, es decir, de la oferta y la demanda, y se tratan de forma equivalente sin tener en cuenta los productores. La amplia oferta de estos productos suele dejar un margen muy reducido a quien los produce y reduce la importancia de factores diferenciadores de precios como la marca.