Ingeniería

Concepción y finalidades de la obra pública

Hoy en día, es bien sabido que cualquier oportunidad es buena para que una administración pública saque pecho y muestre a sus conciudadanos la manera de hacer de su grupo de Gobierno en forma de un edificio singular o, en este caso, un puente.

Realmente, cualquiera que se encuentre consensuando con la Consejería o Ministerio pertinente la redacción de un proyecto, pensará que vivo en una época de varios años atrás, y estará en lo cierto. Concretamente, me he quedado en la época de la EXPO 92 o las Olimpiadas de Barcelona.

Todo surge por la publicación en la edición local de cierto rotativo nacional, de algunas de las anécdotas más rimbombantes que acontecieron entre Santiago Calatrava y el Ministro de turno durante la redacción del proyecto, y durante la ejecución del famoso Puente del Alamillo. Dicha publicación relataba discusiones, más o menos airadas y con carácter de urgencia, entre los previamente citados y protagonistas de este artículo. En ellas, se ponía en conocimiento del lector el capricho que había supuesto el Puente del Alamillo, cosa que muchos profesionales en el diseño y construcción de viaductos ya se habían dado cuenta, pero es, sin embargo, el usuario del puente el que durante el paso del tiempo ha avalado la construcción del mismo. Ante ello, cabe lugar a la reflexión en base a las siguientes preguntas, ¿Para quién diseña el proyectista? ¿Para quién construye el contratista de las obras? ¿Diseñan y construyen para el usuario final?

Usuarios disfrutando de un espacio público (Fuente Viajejet)

A priori, se dice que el ingeniero o arquitecto encargado de la concepción del diseño de construcción está siempre al servicio de la sociedad, la cuál es la receptora y usuaria de la obra pública objeto de la materialización del mencionado diseño. Sin embargo, antes, durante y después de la redacción del proyecto, intervienen más variables además de las socio-económicas. Estas otras variables, que desvirtúan el espíritu de un ingeniero de construir por y para la sociedad, son las que tienen que ver con la falsa ambición, la terquedad y la falta de ética. Falsa ambición, en tanto en cuanto el representante de la propiedad debe licitar y desarrollar una obra singular de altos vuelos para lo cuál pone a disposición de varios diseñadores un presupuesto del todo descabellado. Esto no es, sino, un modo de licencia para matar. ¿Y qué se puede matar? La idea clara y concisa de que el lugar, el emplazamiento y la sociedad limitan y establecen los condicionantes a cumplir por la obra pública que se va a desarrollar, y no simplemente un presupuesto desmesurado. Sin embargo, no siempre que el presupuesto es desmesurado la solución acaba siendo mala, u obscena, lo cuál quiere decir que el proyectista tiene en su poder la capacidad de desarrollar una idea que, no siendo óptima en lo económico, resuelva el problema establecido sin que se vean puestas en entredicho las mencionadas premisas a cumplir por una obra pública.

Para explicar lo mencionado en los anteriores párrafos, y aprovechando que el Nervión pasa por Sevilla, se da precisamente sobre uno de los brazos de este río una situación bastante notoria y reveladora. Resulta que, enmarcados en el escenario de la EXPO92′, se propone el proyecto de una serie de puentes que, cruzando el río en cuestión, sirvan de acceso y, por tanto, de puerta de entrada y acogida, a los visitantes del recinto ferial. Ante un mismo problema, a continuación, se ilustran dos soluciones muy distintas. La primera, la estructura protagonista de este artículo, y la segunda, una obra ingenieril de una nobleza y una elegancia tal, que mucha gente se piensa que fue concebida por un experto en estética, un arquitecto, cuando realmente fue concebida por un no muy famoso, incluso hoy día y por desgracia, Ingeniero de Caminos oscense de nombre Juan José Arenas de Pablo (Arenas&Asociados S.L.P), ayudado por su entonces socio, Marcos J. Pantaleón (APIA XXI S.A.).

Vista del Puente de La Barqueta, en primer plano, y del Puente del Alamillo, en segundo plano (Fuente: Wikipedia)

Ante estas fotografías, y en vista de los números técnicos y económicos mostrados, empieza la lluvia de por qué, cómo, cuánto y otra vez cómo y por qué.

¿Por qué? Pues por la diferente interpretación del proyectista de la obra a concebir. Por la imposición de un político de una pieza exagerada que simbolice a la ciudad.

¿Cómo? Esta pregunta es más complicada. Ambas estructuras tuvieron sus problemas a la hora de ser construidas. El puente del Alamillo se construyó gracias a la asistencia técnica y el buen hacer de unos profesionales más que cualificados para ello, que acudieron a resolver lo que el proyectista, Santiago Calatrava, no supo. Por otra parte, el Puente de la Barqueta, formado por un arco bow-string de acero, fue ensamblado en una de las márgenes del río para posteriormente ser rotado, ayudado de una barcaza, para disponerlo en la posición definitiva. Sin embargo, la pregunta del cómo no se refería estrictamente al proceso constructivo de cada una de las obras, sino a cómo podía existir esa diferencia. La respuesta es sencilla: capricho político para conseguir impacto mediático.

Esta situación se ha dado en más de una, dos y tres ocasiones, y se seguirá dando hasta que no se demuestre a la sociedad que lo icónico no debe ser grandioso en términos de tamaño, sino grandioso en términos de carisma, elegancia y funcionalidad. Para esto, es necesaria la colaboración de todos los involucrados en la concepción de las obras públicas. Hay que hablar de ellas, con ellas y preguntarles cómo se sienten. Una obra pública, como puede ser un puente, un parque, una presa o una carretera, debe dialogar con el entorno para ponerse de acuerdo entre si, y crear una simbiosis cuasi perfecta en la que el servicio al usuario permita que este pueda disfrutar, a su vez, del encanto del emplazamiento.

Pero el artículo no se puede acabar así, estamos hablando de políticos y, precisamente, de dejar el artículo en el párrafo anterior, habría alentado a más de uno y de dos que habrían empezado a leerlo con la esperanza de recoger en las últimas líneas un corolario final con el que poder empezar a pensar. Por ello, para explicar cómo se puede conseguir esto, se puede hacer eco de un mensaje que hace unos meses transmitió un conocido ingeniero en una conferencia sobre el diseño de puentes. El británico venía a decir que nunca un proyectista debería concebir una obra pública de gran impacto sin pasión y sin ilusión. Es aquí donde reside la clave de la calidad. Desde la más banal de las arquetas al más majestuoso de los puentes o edificios. Por ello un buen proyectista, al margen de sus honorarios, siempre presentes y estrictamente necesarios para vivir, nunca debería dejarse imponer una solución cuya idea inicial no haya sido suya. El porqué de esta afirmación es sencillo: un ser humano, por su mera condición de persona, estará mucho más motivado y será capaz de desarrollar una pasión sin igual, si el problema que debe resolver se desarrolla a partir de una idea suya, una idea única y original que de sentido a todo aquel esfuerzo y sacrificio necesario para que ésta llegue a buen puerto.

Grupo de personas disfrutan de las vistas del paisaje desde una pasarela (Fuente: Elaboración Propia)

Quiero acabar este artículo con una reflexión que lleve a remover alguna que otra mente pensante. La reflexión es la siguiente: pese a todo lo malo que sale en prensa, en televisión o en la red, nunca debemos olvidar que la labor de un Ingeniero Civil es la de otorgar a la sociedad de las infraestructuras necesarias para mejorar su calidad de vida, y no se nos debe ver como defraudadores, prevaricadores y tergiversadores de información. El cometido de este gremio es plenamente social y el único factor económico que entra en juego es que lo que proyectamos se paga entre todos y, por tanto, debemos necesariamente encontrar una solución óptima que aúne los conceptos de funcionalidad, estética, integración paisajística y viabilidad económica.

 

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2 Comments

  1. Pedro Wavell says:

    Buenos días Señores. Con mi respetuoso y en hora buena mi pregunta; soy de Uruguay, y nuestro Gobierno a puesto de manifiesto la urgente necesidad de potenciar una «Doble Vía Férrea» para una Mega Fábrica de Celulosa UPM, que exige una Doble Vía Férrea al Puerto de Montevideo; para mi entender como ciudadano, hay Gato entre la Leña. Entonces se dice de hacer nuevos Puentes y un sin fin de cosas al entrar a una ciudad ya adquirida; ya hecha y ya florecida. Estoy de común acuerdo con ustedes. Podrían darme un diseño de puentes elevados; de ustedes muchísimas gracias.- Lic. Pedro Wavell

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