Arquitectura

Si es que existe la «Luz», necesariamente deberá existir la «Sombra»

Observar la sala de uno de esos restaurante Japoneses (no convencionales) te hace apreciar el esfuerzo empleado en integrar armoniosamente el Todo en una única estancia. Cualquier ingeniero, arquitecto, diseñador,… sufre numerosos sinsabores hasta encontrar la solución óptima de la instalación de elementos en un proyecto, incluso tras romperse la cabeza en mil bocetos que aguantan todo, pero la realidad y las críticas son muy distintas. A priori estos elementos nos son bastante cotidianos para poder desarrollar la vida, un claro ejemplo es la electricidad, el gas, el agua… e incluso la comida en si para este peculiar caso. Y aunque no haya pasado aún personalmente por la experiencia de construir algo tangible, uno se da cuenta de ello más aún con problemáticas en estancias como estas.

Una lámpara eléctrica es ya algo familiar en nuestra vida del día a día, pero ¿entonces por qué no dejar la bombilla al aire con una simple pantalla de cristal que dé una impresión de naturalidad y sencillez? ¿Y un shòji sin puertas acristaladas solamente con papel? La comodidad nos ha llevado a instalar calefacciones, o estufas, y aires acondicionados, o ventiladores, que ni por su ruido ni por su forma se adaptan a ese estilo de vida minimalista pero nosotros «los necesitamos» para vivir y, mucho más, para poder comer a gusto.

Lo curioso llega a los baños, lugar donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el summum, o el colmo de los colmos, en relación al refinamiento, se intenta casar la madera y el bambú evitando el alicatado de baldosas, sacrificando el lado práctico frente a su buen gusto. Pero esto se complica enormemente, una simple gota en el tan primoroso, delicado y cuidado suelo de madera bastará para que quede una mancha perpetuamente en el tiempo. Aún más con los retretes, están concebidos como un lugar selecto, impoluto, semioscuro y concebidos para la paz, eso sí, alejados de la estancia principal. Y es que ese es uno de sus puntos álgidos el diseño pero ¿realmente hace falta prestar tanta atención a un lugar destinado a recoger los desechos de nuestro cuerpo?

El papel, que es un invento chino, tiene con un color y textura única, su contacto es suave y ligeramente húmedo, hecho que hace que al plegarse no haga ruido y los rayos de sol se absorben entre su tejido natural. Sin embargo, en Occidente, lo tratamos como un material estrictamente utilitario, refleja el 100% de la luz incidente, tiene una blancura impecable y es muy fino con el fin de usar el mínimo material y optimizar recursos hasta el punto de que muchas tintas son capaces de traspasar sus tejidos internos.

Todo ello se puede observar también en los utensilios de comer, en Occidente buscamos utensilios de plata, de acero, de níquel,… que se frotan y se pulen hasta sacarles un brillo impecable, e incluso el reflejo a la vista de un objeto brillante nos produce cierto malestar. A simple vista en Oriente observamos que se usan los palillos en muchos lugares y para muchos tipos de comida como utensilio, pero es cierto que para los recipientes también se usan algunos materiales de los mencionados como occidentales; la diferencia es que no se llegan a pulir hasta tal punto, de modo que valoran el hecho de ver como oscurece la superficie y como ennegrecen del todo sin considerarlo algo sucio o antihigiénico sino lo contrario, algo natural.

Siempre habrá alguien que argumente que lo esencial es que podamos defendernos de las diferencias de temperatura, del hambre, de la oscuridad… y que la forma y el material en si importa MUY poco. El concepto de que un diseño o un aparato inventado para un fin no debe tener una elaboración intrínseca puede extrapolarse a diversos ámbitos, pero no siempre es así. Y es que es mejor un reflejo profundo, un tanto velado y alterado por el efecto del tiempo, al brillo perfecto pero superficial; el refinamiento es bastante frío, y algo sucio.

En las catedrales góticas de la cultura de Occidente la belleza reside en la altura de los tejados y en la osadía y audacia de las agujas de los campanarios que penetran en el cielo. Por el contrario, en los monumentos religiosos de Oriente, los edificios quedan chafados o aplastados bajo las enormes tejas cimeras y su estructura desaparece por completo en la sombra que arrojan los aleros para así proteger la luz del Sol; luego en ese perímetro delimitado por la proyección de las tejas se dispone la casa.

En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza ha sido, y si todo sigue igual será, siempre la luz; en contraposición, en la tradicional estética oriental lo esencial está en captar el enigma de la sombra. Lo anhelado pasa a ser un juego de claroscuros producido por la unión o yuxtaposición de las diferentes sustancias que van formando el juego sutil de las gradaciones de la sombra. Algo similar sucede en una piedra fosforescente, en la oscuridad tiene todo bello y toda su fascinante sensación de ser una joya preciosa, pero su belleza se pierde si se expone a plena luz del día. La belleza pues pierde toda su existencia si se suprimen los efectos de la sombra.

Así pues se desarrolla con gran delicadeza la idea fundamental y medular del pensamiento oriental, esencial para entender el color de las lacas, de la tinta o de los trajes del teatro , kabuki y bunraku, o para aprender a apreciar el aspecto antiguo del papel o los reflejos velados en la pátina de los objetos. Clave para prevenirnos contra todo lo que brilla, o para captar la belleza en la llama oscilante de una lámpara y descubrir la esencia y el espíritu de la arquitectura a través de los niveles de opacidad de los materiales y el silencio y la penumbra del espacio vacío.

En realidad, lo bello es producido únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, una especie de tamizado de la luz como si de arena se tratase, y en esa simplicidad no se necesita ningún accesorio o tamiz. Pero eso sí, la luz indirecta y difusa es un elemento ESENCIAL.

En algunas conversaciones informales algunos proyectistas argumentan que en la apariencia no hay más que puro artificio, pero que ciertamente en la realidad las cosas son mucho menos simples. Francamente, a mi parecer, es difícil crear belleza haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes y oscuros, así como llegar a valorar el diseño y la estética en disciplinas y ámbitos dónde lo técnico está sobrevalorado y se prima el cálculo infinitesimal.

Entonces pues… ¿Debemos hacer cosas puramente técnicas y que sean meramente útiles?, o por contra ¿debemos hacerlas en armonía como si de colgarlas en un museo se tratase? Al fin y al cabo siempre se llega al tan afamado combate «Estructura VS. Escultura».

Quizá una solución óptima sea hacer lo mejor que uno pueda y justificando el medio para llegar al fin descrito, dentro de ese estilo propio donde queda enmarcado el proyecto. Pese a ello, en muchas ocasiones la belleza finalmente es modificada por algún órgano superior que sin explicación alguna impone su ley, simplemente por su jerarquía de parecer.

Lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un boceto, erróneamente olvidamos aquello que nos resulta invisible o borroso a primera vista; pero si se viene de un camino demasiado iluminado y se entra a una estancia oscura los ojos no son capaces de acostumbrarse hasta que ha pasado un buen rato, o incluso años. Y es que tras ese GRAN descuido consideramos que lo que no se ve, o no se calcula, no existe.

«Were it not for shadows… there would be no beauty.»

 


Fuentes y/o referencias:

[1] – Tanikazi Junichiro – In Praise of shadows

[2] – Collell Mundet, G. – Lo bello, lo estético, lo artístico y… la muerte del arte. Artículo del magazine Dobooku. Barcelona 2013.

Tags: , , , , , , ,

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.